Las categorías estéticas que se han procurado para describir el arte a
través de los tiempos han cambiado según la época. A pesar de que ha
habido distintas opiniones y resultados al respecto, las constantes que
se notan son dos términos relevantes en la argumentación de cada autor
que intenta encasillar al arte bajo adjetivos y conceptos objetivos,
estos dos son “la belleza y la naturaleza”. De alguna manera estas dos
palabras vienen impresas en cada teoría y de las que se desprenden
varios ensayos de calificación como lo sublime, lo gracioso, lo digno,
lo trágico, lo cómico, lo grotesco, lo feo, lo espiritual, lo grandioso,
lo dramático, lo ridículo, lo patético, lo risible, lo apacible, lo
terrible, entre tantos intentos de encerrar a la obra artística en una
sola palabra.
El antecedente de Platón y Aristóteles que a la
fecha sigue retumbando en cualquier propuesta, nos muestra en un sentido
muy objetivo a la belleza como lo más cercano a la naturaleza y que a
pesar de todas las teorías modernistas y postmodernistas dedicadas a
desglosar lo contrario conocido como “feo” y así poder incluso
apreciarlo, seguimos regresando a estos principios “naturales” de
conciliación con la belleza.
El desarrollo de las distintas
teorías del siglo XVIII, XIX y principios del XX se perciben a partir
de una instancia que reclama a la bondad para describir a la belleza,
misma que por consecuencia nos debiera satisfacer al verla. Lo que Kurosawa nos deja ver, es en inicio la belleza de los cuadros de Van Gogh pero que en realidad vienen del interior de un hombre lleno de
horrores, miedos, angustias, histerias, entre otros calificativos
nocivos, y que produce su obra por la propia naturaleza divina que le
dicta en su forma de luz, por medio del sol, su trabajo diario,
esclavizado y constante.
Es evidente el laberinto interno que
posee este gran artista y que en “Cuervos” se muestra en un diálogo
aparentemente muy sencillo. La profundidad de la escena en que el actor
que representa a Van Gogh declara la manera en que la naturaleza le
llena la mirada y la tiene que pintar para volverla suya en un cuadro
que se lleva parte de el al integrarse a esta grandeza, pero que dura
tan poco, que tiene que seguir pintando para llenar ese gran espacio en
su interior. Y entonces no puede dejar de pintar y describe su trabajo
como si fuera una locomotora.
Según recuerdo este gran pintor tuvo
su época más productiva en parís en donde en una temporada muy corta
llegó a pintar más de cuatrocientos cuadros para después irse a Arlés y
terminar en un hospital psiquiátrico de Saint-Rémy-de-Provence en donde
estuvo alrededor de un año y en donde también realizó de sus pinturas
más famosas, entre ellas varios autorretratos que, según Kurosawa,
hicieron que se cortara la oreja por no ajustarse a las exigencias
pictóricas del artista en ese momento.
Como es sabido, Van Gogh
termina con su vida muy joven en un ambiente de inestabilidad emocional y
terrores internos. Este gran ejemplo de cómo un ser tan perturbado
puede llegar a producir una obra tan sobresaliente y llena de cualidades
estéticas, es el argumento que puede debatir con toda la filosofía
alrededor de la belleza, siendo la naturaleza su cómplice evidente
durante cada época.
Por último me gustaría reflexionar sobre la
belleza y su relación irremediable con la “naturaleza” que podemos
interpretar en dos sentidos: esta naturaleza externa, objetiva y que se
ve justificada bajo la creación divina de la que el artista hecha mano
para reproducirla, y la otra naturaleza interna que a partir de nuestra
“buena o mala madera” nos hace percibir la belleza. ¿Es entonces que la
gente buena, bajo las leyes divinas, perciben más la belleza que los
“malos”? ¿Por qué un “loco” lleno de angustia puede llegar y expresar
tanta hermosura que satisface el alma de tantos? Porque hasta un asesino
ve belleza en la sangre de sus víctimas. ¿Bajo qué estándares
actualmente podemos calificar de bella una obra?
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