miércoles, 18 de febrero de 2015

Kurosawa y Van Gogh

Las categorías estéticas que se han procurado para describir el arte a través de los tiempos han cambiado según la época. A pesar de que ha habido distintas opiniones y resultados al respecto, las constantes que se notan son dos términos relevantes en la argumentación de cada autor que intenta encasillar al arte bajo adjetivos y conceptos objetivos, estos dos son “la belleza y la naturaleza”. De alguna manera estas dos palabras vienen impresas en cada teoría y de las que se desprenden varios ensayos de calificación como lo sublime, lo gracioso, lo digno, lo trágico, lo cómico, lo grotesco, lo feo, lo espiritual, lo grandioso, lo dramático, lo ridículo, lo patético, lo risible, lo apacible, lo terrible, entre tantos intentos de encerrar a la obra artística en una sola palabra.

El antecedente de Platón y Aristóteles que a la fecha sigue retumbando en cualquier propuesta, nos muestra en un sentido muy objetivo a la belleza como lo más cercano a la naturaleza y que a pesar de todas las teorías modernistas y postmodernistas dedicadas a desglosar lo contrario conocido como “feo” y así poder incluso apreciarlo, seguimos regresando a estos principios “naturales” de conciliación con la belleza.

El desarrollo de las distintas teorías del siglo XVIII,  XIX y principios del XX se perciben a partir de una instancia que reclama a la bondad para describir a la belleza, misma que por consecuencia nos debiera satisfacer al verla. Lo que Kurosawa nos deja ver, es en inicio la belleza de los cuadros de Van Gogh pero que en realidad vienen del interior de un hombre lleno de horrores, miedos, angustias, histerias, entre otros calificativos nocivos, y que produce su obra por la propia naturaleza divina que le dicta en su forma de luz, por medio del sol, su trabajo diario, esclavizado y constante.

Es evidente el laberinto interno que posee este gran artista y que en “Cuervos” se muestra en un diálogo aparentemente muy sencillo. La profundidad de la escena en que el actor que representa a Van Gogh declara la manera en que la naturaleza le llena la mirada y la tiene que pintar para volverla suya en un cuadro que se lleva parte de el al integrarse a esta grandeza, pero que dura tan poco, que tiene que seguir pintando para llenar ese gran espacio en su interior. Y entonces no puede dejar de pintar y describe su trabajo como si fuera una locomotora.

Según recuerdo este gran pintor tuvo su época más productiva en parís en donde en una temporada muy corta llegó a pintar más de cuatrocientos cuadros para después irse a Arlés y terminar en un hospital psiquiátrico de Saint-Rémy-de-Provence en donde estuvo alrededor de un año y en donde también realizó de sus pinturas más famosas, entre ellas varios autorretratos que, según Kurosawa, hicieron que se cortara la oreja por no ajustarse a las exigencias pictóricas del artista en ese momento.
Como es sabido, Van Gogh termina con su vida muy joven en un ambiente de inestabilidad emocional y terrores internos. Este gran ejemplo de cómo un ser tan perturbado puede llegar a producir una obra tan sobresaliente y llena de cualidades estéticas, es el argumento que puede debatir con toda la filosofía alrededor de la belleza, siendo la naturaleza su cómplice evidente durante cada época.

Por último me gustaría reflexionar sobre la belleza y su relación irremediable con la “naturaleza” que podemos interpretar en dos sentidos: esta naturaleza externa, objetiva y que se ve justificada bajo la creación divina de la que el artista hecha mano para reproducirla, y la otra naturaleza interna que a partir de nuestra “buena o mala madera” nos hace percibir la belleza. ¿Es entonces que la gente buena, bajo las leyes divinas, perciben más la belleza que los “malos”? ¿Por qué un “loco” lleno de angustia puede llegar y expresar tanta hermosura que satisface el alma de tantos? Porque hasta un asesino ve belleza en la sangre de sus víctimas. ¿Bajo qué estándares actualmente podemos calificar de bella una obra?

martes, 17 de febrero de 2015

Curiosidad fotográfica

Era médico pero sus estudios fotográficos le dieron el nombre,  Duchenne de Boulogne, mejor conocido como el padre de la electrofisiología. Como pionero en la fotografía médica, Duchenne fue el primero en describir diversos transtornos musculares y nerviosos y en desarrollar el tratamiento para ellas, además de crear el elctrodiagnóstico y la electroterapia. Entre otra curiosidad de este personaje se encuentra el hecho de que no hizo carrera académica y tampoco hospitalaria, su vida es todo lo contrario a lo que estamos acostumbrados a ver en las grandes celebridades médicas de su tiempo, sin embargo, fue un genial cultivador del empirismo clínico que llegó a convertirse en una figura clave en la formación de la neurología moderna. Duchenne desarrolló una técnica de exploración neurológica meticulosa, descubrió que la estimulación eléctrica externa podía causar movimientos musculares y lo utilizó como una forma de terapia, pero después se percató de las posibilidades diagnósticas del mismo método. Plantó las bases de la electromiografía y empleó dicha técnica para analizar el mecanismo de expresión facial, el cual fue ilustrado y publicado con muchas impresionantes fotografías. Darwin reprodujo algunas de estas en su libro La expresión de la emociones en los hombres y animales. Aunque Duchenne no fue oficialmente reconocido por la Académie de Médecine o el Institute de France, fue miembro honorario o corresponsal de las academias de roma, Madrid, Estocolmo, San Petesburgo, Ginebra y Leipzig, y con justa razón, ya que había montado el escenario para una de las más excitantes era de la neurología clínica en todo el mundo. El trabajo iconográfico de Duchenne se encuentra en el cruce de tres grandes descubrimienos del Siglo XIX: la electricidad, la fisiología y la fotografía.